martes, 22 de noviembre de 2011

LEYENDAS QUECHUAS

LA VIEJA DIABLA
Ocurrió que dos pequeños hermanos, una niña y un varón, fueron enviados por sus padres a buscar leña. Avanzaban alegres mientras recolectaban troncos y ramas para el hogar. De repente, visualizaron a lo lejos un cúmulo blanco. Pensaron que se trataba de leña, pero al acercarse se desilusionaron frente a un montón de huesos de caballo.
Los hermanos continuaron la tarea por el camino. Nuevamente se abalanzaron hacia un conjunto blanco, pero tristes descubrieron que se trataba de cañas de bambú. Siguieron buscando hasta que cayó la noche. Sentían miedo y frío, hasta dudaron de su propia capacidad para retornar al hogar: estaban perdidos.
Avanzaron hasta la luz que provenía de una cueva. -Hola -dijo una anciana-  ¿A qué debo su visita?
Los niños le relataron lo sucedido, le confesaron que tenían temor, hambre y frío, y le rogaron que los albergara por esa noche.
La anciana aceptó y les ofreció papas y carne asada, pero les sirvió piedras y pulpa de sapo. Ubicó al niño en un rincón para dormir y ella permaneció junto a la niña rolliza y sonrosada.
Al día siguiente, el niño buscó, sin éxito, a su hermana. La vieja le contó que había ido hasta el pozo para traer agua. Le alcanzó una calabaza y le pidió que también fuera allí.
Al llegar, encontró, en vez de su hemana, a un pequeño sapo, que le dijo:
-Eso no es una calabaza, es su cabeza. Es la calavera de tu hermana donde llevas el agua. La vieja se la comió durante la noche. Croac, croac, croac. La anciana es bruja, diablo y duende; no regreses a su cueva.
A lo lejos se acercaba la vieja bruja, insaciable, con más hambre de niño. Asustado, logró llegar a su casa y contó todo. Sus padres decidieron ir por la pequeña hermana.
Ni vieja, ni cueva, ni hermana pudieron encontrar.



 EL PODER DE AMARÚ
Dicen que en aquel tiempo hubo una sequía tan grande que murieron las plantas y desaparecieron hasta los líquenes y musgos bajo la fuerza del sol implacable. Al perecer los árboles, la tierra sin sombra se resquebrajaba provocando grietas profundas. Cuentan que hasta la flor de qantu, que se encuentra en los terrenos más áridos, sintió secarse sus pétalos. El último capullo que quedaba aferrado a la vida, no se animaba a abrirse por miedo a calcinarse en medio de tanta sequía y calor. Sin embargo no podía quedar cerrado mucho más tiempo, moriría sin nacer.
Así, con toda su pequeña fuerza de capullo pidió por su vida... y algo muy extraño sucedió: a medida que se abría, sus pétalos fueron transformándose en alas. Entonces, feliz y agitando todo su cuerpecito se desprendió de la planta calcinada convertido en colibrí.
Voló hacia la cordillera y llegó agotado hasta la laguna de Wacracocha. Sintió que sus alas ya no le respondían: si se detenía a beber, se ahogaría. Con un esfuerzo que excedía su pequeño cuerpo, siguió volando hacia la cumbre del Waitapallana. Tenía que cumplir con su objetivo, sino ¿de qué serviría el milagro de estar vivo? Finalmente, se posó agotado en la cima helada por el viento, y con su último hálito suplicó ternura y piedad al padre Waitapallana, para que salvara a la tierra que desaparecería a causa de la sequía.
Después de su acto heroico, el colibrí murió.
Waitapallana se sintió sumamente apenado al observar el paisaje devastado, la esterilidad de la tierra... Pero aún se percibía el aroma de la flor de qantu, de la última flor. Él amaba a estas flores que solían engalanar su vestimenta y su fiesta. Sufrió tanto al darse cuenta de que el final estaba cerca que dos lágrimas de dura roca resbalaron hasta la superficie de Wacracocha y, ante la conmndencia de tremenda congoja, las aguas se abrieron e hicieron temblar al mundo.
Pero no terminó allí el movimiento que asustó a todo ser que todavía quedaba vivo: el estruendo y las lágrimas de Waitapallana llegaron al fondo de la laguna y despertaron al amarú, que amodorrado descansaba enroscado a los pies de la cordillera con la cabeza apoyada en los bordes del espejo de agua. Todavía sin entender, comenzó a desperezarse mientras la tierra se movía violentamente. La laguna, agitada, dejó ver entre la espuma su cabeza de llama con ojos cristalinos y hocico rojizo, su cuerpo de serpiente alada y su cola de pez.
Totalmente despierta y furiosa por haber sido molestada, la serpiente se elevó en el aire opacando al sol con las llamas de ira que irradiaba su mirada.
¿Qué hacer? ¿Cómo defenderse de tan terrible amenaza? Miles de valientes guerreros con corazas y espuelas aparecieron como por arte de magia y se lanzaron a combatida. Así, la lucha fue desigual... el poder del amarú resultaba indescriptible: del hocico surgió una niebla espesa que fue a parar a los cerros, por los estrepitosos y violentos movimientos de sus alas comenzó a caer una lluvia en torrentes, de su cola de pez se desprendió el granizo y de los reflejos dorados de las bellas escamas nació el arco iris. Los guerreros perecían en "lUl acto tan heroico como el del colibrí: una cadena necesaria de acontecimientos. Sus muertes no eran en vano.
Así renació la vida cuando ya parecía extinguida, reverdeció la tierra y se llenaron de agua clara los puquíos. El amarú, satisfecho, descansó.
Los quechuas lo saben, todo está escrito en las escamas del amarú, las vidas, las cosas, las historias, las realidades y los sueños; es por eso que la serpiente alada siempre sabe lo que hace.



LAS TERMAS DE CACHEUTA
Esto pasó en el año 1532. Se cuenta que un chasqui llegó a las tierras de Cacheuta, poderoso cacique que dominaba las tierras de la actual Mendoza y los valles aledaños. El joven emisario no traía buenas nuevas: el gran Atahualpa, el señor inca, heredero del Inti, había sido tomado prisionero y los pueblos hermanos pedían ayuda.
Cacheuta era un cacique guerrero sumamente solidario y no escatimó esfuerzos para organizar la campaña de liberación del señor de todos los quechuas. Exigió colaboración a sus súbditos y unos días después ya estaba todo preparado: un grupo de llamas esperaba cargado con petacas de cuero repletas de objetos de oro y plata. Los hombres, listos para emprender el viaje de rescate.
La expedición partió. El plan era sencillo: el oro y la plata negociarían la libertad del soberano de los quechuas. Pero el camino, con senderos angostos y peligrosos, no era tan sencillo. Los vericuetos de la montaña, que en un principio resultaron nefastos, sirvieron de reparo ante un posible ataque, al distinguir a lo lejos un puñado de gente armada que no resultaba amiga.
Resguardados tras un recodo los indígenas se pusieron en guardia y, por las dudas, escondieron rápidamente los tesoros en una grieta del cerro.
El grupo que de lejos parecía pequeño no lo era tanto, y el encuentro fue sangriento. Cacheuta murió, sus vasallos fueron valerosos, pero los otros los superaban en número y en armamentos: los dominaron.
Sin embargo, no pudieron los vencedores sacarles una palabra sobre lo escondido en la montaña. Pero como estaban en el lugar adecuado y la tierra que tapaba la grieta se notaba recién trabajada, llegaron al sitio del tesoro y se dispusieron a sustraerlo.
Entonces algo pasó: chorros de agua hirviendo surgieron de entre las piedras quemando a los traidores. Murieron en el acto, allí, al Iado de las codiciadas riquezas.
Cacheuta también falleció, pero su espíritu indomable fue el que hizo brotar el agua que terminó con los que no le permitieron cumplir su objetivo.
Para los lugareños, esas aguas son el símbolo de la solidaridad humana, llevan en sí la nobleza de su origen: la hermandad de los pueblos por su libertad. Desde entonces, se brindan generosas a los que acuden buscando alivio para sus males.




EL CARBUNCLO, ETERNO GUARDIÁN
Cuenta la leyenda que los Andes aún esconden el tesoro que los españoles no pudieron robarles a los incas. Desde la cumbre del Aconcagua hasta en la última de las montañas está mimetizado, por nadie se dejará ver. Es fiel a los quechuas, que, huyendo de la tiranía, se dispersaron. La cordillera no tiene apuro, los espera para entregarles el oro y la plata que les fueron robados por los conquistadores.
Los dioses incas han dejado instrucciones: el carbunclo, obediente, espera quieto y silencioso pero con los ojos puestos en toda la línea del horizonte y en las cavernas de los abismos. Porque nunca debe cerrar los ojos, le han encomendado que vigile si regresan los que fueron humillados y masacrados por la codicia.
Cuando. un lugareño de las montañas acompaña a algún viajero, debe advertirle sobre la posible presencia del carbunclo, porque el pánico del extranjero al vislumbrar ese extraño resplandor que mete miedo en los huesos y en la lengua es tal que deben volver al rancho a tomar un brebaje para los nervios.
Ese resplandor, que estalla en rojos, amarillos y azules plateados, suele verse muy bien en noches sin luna. Inevitablemente los viajeros sienten interés por el tesoro a cargo de ese ser extraordinario. Hay quien dice que en  verdad el carbunclo es un quechua enmascarado por los dioses, que esconde en alguna cueva de la cordillera la fortuna deslumbrante.
Los que lo han visto aseguran que el carbunclo es pequeño, tiene el tamaño y la forma de una tortuguita y su caparazón está cubierta de piedras preciosas que aún desconocen los mortales. Sus huesos son de oro y plata y, su sangre, de fuego. Es por eso que durante las noches debe salir a beber agua fresca de las cascadas y manantiales de los cerros, para aplacar la sed que le causan las llamaradas de sus venas-hechas con hilo de cobre sagrado.
La codicia de los conquistadores no logró arrebatar todo. Los dioses se negaron a entregar los más ricos tesoros porque saben que un día servirán para devolver la felicidad a los descendientes de todos los indígenas que fueron humillados y muertos.
Dicen que el carbunclo no es de andar de día, cuando sale el sol se apresura a refugiarse en las grutas; que es muy bondadoso y puede, a simple vista, ver el alma de los hombres, por eso a los que tienen buen corazón les hace descubrir vetas de oro.
Cuenta una leyenda que una vez un conquistador quiso engañado y le preparó una emboscada: su objetivo era quitarle todo, para luego asesinado. Muy lejano al de la riqueza fue el destino del hombre. El carbunclo, al saberse amenazado, no dudó: lo fulminó con el resplandor de las piedras preciosas.
El resultado de la codicia fue la ceguera. El español, ciego, mientras huía trastabilló y terminó en un hoyo colmado de ratas hambrientas que lo devoraron. Por eso, aunque nadie sepa donde vive, todos conocen su custodia, atento para actuar cuando sea necesario, para obsequiar o para castigar, según sea el caso.




 EL NIÑO DUENDE
Cuentan algunos que se trata de un niño que murió sin ser bautizado, otros dicen que es un niño malo que golpeó a su madre. La cuestión es que luce muy pequeño, con un gran sombrero, y llora com0 un bebé; aunque no sea exactamente eso. Una de sus manos es de hierro y la otra de lana. Suele estar agazapado, a la espera que aparezca alguna persona, entonces le pregunta con qué mano quiere ser golpeado. Aunque el asaltado, prudente, elija la de lana, algunos dicen que él no dudará en usar la de hierro.
Otros, en cambio, aseguran que los que inocentes optan por la de lana reciben un castigo mayor porque es esta la que en realidad más duele.
Sus ojos son malignos y sus dientes afilados en las puntas como agujas. Se les aparece a los desprevenidos a la hora de la siesta o, a veces, en mitad de la noche en los cañadones o quebradas. Generalmente elige niños de corta edad, porque los asusta más fácilmente, pero también golpea sin piedad a los mayores.
En los Valles Calchaquíes se recuerdan dos extrañas historias que tienen al duende como protagonista: la primera habla de un arqueólogo que, de puro valiente, se internó en el cerro durante las horas de la siesta. Paseaba tranquilo cuando lo sobresaltó oír el canto de un pequeño. Al pararse, vio a un niño arrodillado y con la cabeza entre sus manos. Cuando le preguntó qué le pasaba, el niño levantó su maligno rostro y le mostró sus afiladísimos dientes.
            .Mientras sonreía, le dijo:
- Tatita, mírame los dientes...
El pobre hombre salió corriendo tan rápido como las piernas se lo permitieron y nunca más se lo vio por aquellos pagos.
La otra historia cuenta que en Tafí del Valle, parece ser que la oportuna aparición de un lugareño salvó a un niño de quién sabe que encantamiento. El duende estaba dándole charla en un zanjón alejado, también durante la siesta. Por ese paraje nunca pasaba nadie y el niño seguramente llegó hasta allí desobedeciendo a su  madre. Pero quiso la suene que un perro cachorro se escapara y su dueño que hacía rato le venía siguiendo el rastro, se acercara a ese zanjón desolado, cuando el duende -llamado por los lugareños -enano del zanjón" - huyó.
Por eso los más viejos aconsejan no exponerse a la hora de la siesta fuera de la casa, sobre todo si se es aún un niño o un extranjero.



 EL HORNERO
Cuentan que hace muchos años un poderoso estanciero vivía en medio del campo. El hombre tenía una única hija y destinaba el mayor tiempo posible a cuidarla con dedicación y afecto.
La niña creció, se convirtió en una hermosa muchacha que inundaba de alegría la enorme estancia.
Ocurrió que un día, ante el deterioro de una pared de la casa, el estanciero convocó a un albañil del pueblo vecino conocido por sus habilidades. Pero el hombre estaba enfermo y envió a su hijo, a quien le había enseñado a realizar el trabajo.
Cuando el muchacho llegó a la casa, ansioso de comenzar cuanto antes, pidió al dueño que le mostrara el lugar del problema.
El joven se dedicaba con ahínco a su tarea, hasta que una mañana se encontró con la bella hija del estanciero. Y sucedió lo inevitable: se miraron y un soplo de amor los envolvió.
Los jóvenes, en un comienzo, trataron de disimular sus sentimientos, pero eran tan intensos que empezaron a ser evidentes. Cuando el padre de ella se enteró de la situación, se enfureció y le prohibió que volviera a ver al muchacho.
La pareja, haciendo oídos sordos a las severas advertencias del viejo estanciero, continuó su romance.
Entonces, el padre, al no ser obedecido se encegueció de odio y celos. Una tenebrosa noche sorprendió solo al desprevenido muchacho, lo golpeó con fuerza en la cabeza y, desmayado, lo arrastró hasta un lugar apartado del campo donde lo esperaban sus serviles peones. Lo tiraron al suelo, lo envolvieron con cuero mojado y lo ataron firmemente a cuatro estacas. Y allí quedó a la espera de la muerte. El plan consistía en aguardar a que el cuero encogiera al calor del sol comprimiendo el cuerpo del pobre enamorado hasta que sus huesos se quebraran. Así quedó estaqueado durante siete días.
Cuando el estanciero volvió con sus hombres a comprobar el resultado de su crueldad vio sorprendido que el cuero todavía estaba atado, aunque no parecía haber ningún cuerpo en su interior. El desalmado tomó su cuchillo y deshizo el envoltorio. Como por arte de magia, apareció entre los tientos un gracioso pájaro de color marrón rojizo: el hornero.
Desde entonces, este pajarito es conocido como un excelente albañil que construye su pintoresca casita con barro y ramas.





11 comentarios:

  1. Leyendas que esten escritas en quechua

    ResponderEliminar
  2. leyendas que estan escrita en quechua

    ResponderEliminar
  3. estan buenas las leyendas y me ayudo aser mi tarea

    ResponderEliminar
  4. gg pero tienen que contener algo de quechua

    ResponderEliminar
  5. son muy buenas leyendas pero yo pensaba que era en quechua asi que se fue ala mrd esta busqueda

    ResponderEliminar
  6. Y la traducción en quechua se olvidaron

    ResponderEliminar
  7. EL HORNERO
    Cuentan que hace muchos años un poderoso estanciero vivía en medio del campo. El hombre tenía una única hija y destinaba el mayor tiempo posible a cuidarla con dedicación y afecto.
    La niña creció, se convirtió en una hermosa muchacha que inundaba de alegría la enorme estancia.
    Ocurrió que un día, ante el deterioro de una pared de la casa, el estanciero convocó a un albañil del pueblo vecino conocido por sus habilidades. Pero el hombre estaba enfermo y envió a su hijo, a quien le había enseñado a realizar el trabajo.
    Cuando el muchacho llegó a la casa, ansioso de comenzar cuanto antes, pidió al dueño que le mostrara el lugar del problema.
    El joven se dedicaba con ahínco a su tarea, hasta que una mañana se encontró con la bella hija del estanciero. Y sucedió lo inevitable: se miraron y un soplo de amor los envolvió.
    Los jóvenes, en un comienzo, trataron de disimular sus sentimientos, pero eran tan intensos que empezaron a ser evidentes. Cuando el padre de ella se enteró de la situación, se enfureció y le prohibió que volviera a ver al muchacho.
    La pareja, haciendo oídos sordos a las severas advertencias del viejo estanciero, continuó su romance.
    Entonces, el padre, al no ser obedecido se encegueció de odio y celos. Una tenebrosa noche sorprendió solo al desprevenido muchacho, lo golpeó con fuerza en la cabeza y, desmayado, lo arrastró hasta un lugar apartado del campo donde lo esperaban sus serviles peones. Lo tiraron al suelo, lo envolvieron con cuero mojado y lo ataron firmemente a cuatro estacas. Y allí quedó a la espera de la muerte. El plan consistía en aguardar a que el cuero encogiera al calor del sol comprimiendo el cuerpo del pobre enamorado hasta que sus huesos se quebraran. Así quedó estaqueado durante siete días.
    Cuando el estanciero volvió con sus hombres a comprobar el resultado de su crueldad vio sorprendido que el cuero todavía estaba atado, aunque no parecía haber ningún cuerpo en su interior. El desalmado tomó su cuchillo y deshizo el envoltorio. Como por arte de magia, apareció entre los tientos un gracioso pájaro de color marrón rojizo: el hornero.
    Desde entonces, este pajarito es conocido como un excelente albañil que construye su pintoresca casita con barro y ramas.

    ResponderEliminar